La elección está en manos de los ciudadanos
La posibilidad del triunfo en la víspera de la elección no puede explicarse sin la participación política de la sociedad.
Llegar a la antesala de las elecciones y que el arroz aún no esté cocido, no ha sido un proceso automático ni fácil.
Quiero resaltar que hemos llegado hasta acá por la confluencia de múltiples factores: 1) una coyuntura crítica, es decir, unas elecciones en las que se juega la viabilidad del país a futuro; 2) una amplia coalición de los inconformes, es decir, una oposición a la que costó muchísimo consolidarse; y 3) la suerte, porque la historia siempre se desarrolla de manera circunstancial.
Nada de esto era probable hace seis años. Para no ir tan lejos, hace apenas unos meses la oposición en México lucía fragmentada y confundida. Y a pesar de los múltiples retos y errores, ahí está la posibilidad tangible de una victoria.
La posibilidad del triunfo a la víspera de la elección no puede explicarse sin la conformación de una coalición opositora y, ésta, a su vez, no puede entenderse sin la participación política de la sociedad.
En la historia política de Europa hay casos interesantes de la aparición de una amplia coalición que se oponía al absolutismo y que sentó las bases para las instituciones políticas plurales. Por ejemplo, en Inglaterra, la Revolución Gloriosa del siglo XVII no fue el derrocamiento de una élite por parte de otra, sino una revolución por parte de una amplia coalición formada por gentry, comerciantes y fabricantes y grupos de whigs y tories. La lógica del pluralismo, generado por la amplia coalición que formó la oposición al absolutismo de los Estuardo, dio pie al surgimiento de un nuevo Estado. Ocurrió lo mismo, a grandes rasgos, en el caso de la Revolución francesa.
La coalición es, además, el camino para acceder al poder, no para concentrarlo; para servir con él las grandes causas y tareas pendientes nacionales, bajo una lógica de pluralismo y diversidad. Pero de eso nos ocuparemos pasado el 2 de junio.
Macario Schettino distingue tres tipos de poderes, cuya interacción y configuración va marcando la dinámica de la humanidad, sobre todo en los últimos 200 o 300 años: los poderes coercitivo, persuasivo y económico.
Si uno ve a México camino a la elección más importante de su historia, puede notar que el poder coercitivo lo tiene el Estado, también en su relación con el crimen organizado; tiene el poder económico, más aun si uno suma a las mismas élites que se benefician al amparo del poder político.
Sin embargo, en la persuasión me parece que está el mérito fundamental del contexto. Tradicionalmente era un atributo de la clase política y, creo, ha cambiado de manos y ahora la tienen los ciudadanos: contándose historias unos a otros, bien articuladas, alrededor de lo que quieren y no quieren, con pleno entendimiento de lo que está en juego. Baste ver la manifestación multitudinaria en el Zócalo de la Ciudad de México, y en muchas otras localidades dentro y fuera del país.
Es mala idea subestimar el descontento de la sociedad -la gente no es tonta y sabe juzgar los malos resultados-, pero es aun peor subestimar su capacidad de movilización. Esto no lo van a reflejar las encuestas ni lo medios de comunicación, mucho menos ahora, a merced del poder presidencial.
Que uno u otro tipo de régimen político sea más o menos propicio para el bienestar de sus sociedades, es más cierto y claro hoy que nunca. Dice el antropólogo Roger Bartra que la democracia puede ser un concepto abstracto y que le gente no come democracia. Tiene razón, pero la realidad se ha encargado de mostrarnos a todos lo que eso significa, y no hay mejor motor para mover a la gente que el sentido de urgencia que les transmite la propia realidad.
Los ominosos grupos de interés están ahí, llámense carteles, criminales, coordinadoras de trabajadores de la educación, etc, pero no hay fuerza más grande que la de la marea ciudadana. Como señala Luis de la Calle, si la participación supera el 65% del padrón electoral, el resultado de la elección se vuelve totalmente impredecible.
La montaña que debemos escalar está a la vista. Como dice Héctor Aguilar Camín, tenemos una elección de Estado cuya legitimidad ya está dañada por la intromisión presidencial, por la compra oficial del voto público y por las intervenciones del crimen.
A pesar de todo ello la elección está abierta, porque la última palabra la tenemos los ciudadanos.